viernes, 14 de abril de 2017

Viernes Santo y el Calvario


Cuando Jesús agonizó y murió en la cruz, mostró al ser humano el camino que hay en todo sufrimiento, pues si bien nadie padece lo que experimentó el Redentor, es cierto que ningún hombre deja de conocer ciertos calvarios en su vida. La muerte, el primero de todos, pero hay tantos otros que están presentes en la vida: enfermedades, fracasos, humillaciones, incomprensiones, injusticias, dolores, miedos, soledades, desesperanzas, y un sinfín de clavos y de cruces que "golgotizan", valga la expresión, la historia de cada persona.

Vivir, por tanto, es también transitar por el Gólgota. Ningún sujeto quiere las aflicciones, pero nadie escapa de ellas. Son una condición del existir humano. Las tribulaciones conforman uno de los senderos irrenunciables de la biografía de cada uno.

El papa Francisco adora la cruz durante el Oficio de Viernes Santo

Vale la pena meditar sobre esta realidad, especialmente hoy, pues Cristo colgado y yaciente es, paradójicamente, una imagen de vida más que de muerte. Jesús no fue crucificado para que caigamos en la orfandad del desconsuelo, sino para reabrir los portones del Paraíso perdido por la culpa adánica.

Mientras el ser humano está vivo, ni los clavos ni las cruces desaparecen de su ruta. Solo le cabe, por ende, subirlos al hombro como Jesús llevó su cruz, y hacerlo tal como Simón de Cirene, o sea, aliviando al Señor con ese peso, sin darse cuenta de que a la vez aligeraba también el suyo.

Nota de la Redacción: Esta entrada está tomada de la sección "Día a día" escrita por Rodericus para la edición del periódico El Mercurio (Santiago de Chile) del 14 de abril de 2017. Véase aquí el texto original.  

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