viernes, 9 de junio de 2017

La belleza es el lenguaje del culto

Les ofrecemos a continuación una valiosa reflexión del P. Dwight Longenecker (de quien hemos publicado antes otra entrada con consejos para los monaguillos) sobre la belleza como el lenguaje del culto, meditación que también tiene en cuenta la importancia de la belleza en la arquitectura sacra.

El P. Longenecker es norteamericano, pero pasó gran parte de su vida en Inglaterra. Fue criado en una familia protestante evangélica en Pensilvania y realizó estudios en la universidad evangélica fundamentalista Bob Jones. Luego se trasladó a la Universidad de Oxford para estudiar teología. Fue ordenado ministro de la Iglesia anglicana y sirvió como vicario parroquial, capellán en Cambridge y párroco rural en la isla de Wright. En 1995 fue recibido en la Iglesia católica, luego de lo cual se desempeñó como columnista independiente para numerosas publicaciones. En 2006 fue ordenado sacerdote católico y aceptó un puesto de capellán en un colegio católico de Greenville, Carolina del Sur (EE.UU.).  Actualmente sirve como párroco de Nuestra Señora del Rosario en Greenville. Su bitácora (en inglés), Standing on my Head, alojada en el sitio de Patheos, puede visitarse aquí.

El artículo fue publicado originalmente en el sitio The Imaginative Conservative y puede consultarse aquí (en inglés). La traducción es de la Redacción.

Vista de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario 
(Foto: The Imaginative Conservative)

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La belleza es el lenguaje del culto

P. Dwight Longenecker


He tenido el privilegio de liderar en nuestra parroquia la construcción de una hermosa iglesia nueva en Greenville, Carolina del Sur. El diseño es de estilo románico, incluye algunos vitrales pertenecientes a una iglesia que se clausuró en Pittfield, Massachusetts, algunos vasos sagrados rescatados también, y una pila y un crucifijo en el estilo de Duccio, cuya pintura se hizo originalmente en el siglo XIX para una iglesia en Inglaterra.

Mientras diseñábamos y construíamos la iglesia, me di cuenta de que “la belleza es el lenguaje del culto”. Meditando más sobre esto, me parece que la belleza no sólo es el lenguaje del culto sino que es también un lenguaje importante para la humanidad y para nuestra sociedad, más utilitaria y banal que nunca antes. 

El lenguaje de la belleza es vital por tres importantes razones.

Primero, el lenguaje de la belleza es universal, trasciende todas las divisiones socio-económicas y las diferencias educacionales; trasciende las categorías etarias, étnicas, raciales y de sexo.

Así, por ejemplo, quien tenga un grado académico en historia del arte y haya visitado las grandes iglesias de Europa, bien podría entrar en nuestra iglesia un día y decir: “Ah, veo que os habéis han inspirado en las esculturas de Gislebertus y en la arquitectura románica”. Lo cual es verdad. El liturgista podría decir: “Habéis integrado con éxito el baldaquino y el altar orientado al oeste con las exigencias versus populum y con el culto ad orientem”. Sí, lo hemos hecho. Y el estudioso de la Biblia podrá decir: “Con el mosaico del Agnus Dei os habéis hecho eco de la visión de San Juan en el Apocalipsis en que el Cordero está sentado en el trono”. Correcto.

Apreciar los precedentes históricos, litúrgicos, teológicos, bíblicos, arquitectónicos y artísticos no tiene nada de malo. Por otra parte, un niño, o una persona con poca educación, puede simplemente quedar con la boca abierta de impresión ante esa belleza y decir: “Esto es precioso”. Esta respuesta, de hecho, puede ser más apropiada, porque es una respuesta más básica y visceral ante la belleza. 

Debido a que es apreciado por todos, el lenguaje de la belleza une a todo el mundo. Todos quienes experimentan la belleza del culto en una bella iglesia se unen, en su humanidad común, en la aprehensión de la belleza de un modo tal que los saca de sí mismos y los lleva más allá. Entrar en nuestra Iglesia de Nuestra Señora del Rosario es, pues, entrar en un espacio sagrado, no en un simple auditorio con un buen sistema de audio y con baños que funcionan bien.

 Interior del baldaquino de la parroquia

El lenguaje de la belleza es importante también por una segunda razón. La belleza no sólo trasciende y une, sino que es sublingüística. En otras palabras, no usa palabras. La belleza es muda, y se comunica, por tanto, a un nivel que está por debajo de las meras palabras y que es más profundo que ellas. En un mundo ruidoso y palabrero, esta cualidad adquiere más importancia que nunca antes. El rasgo sublingüístico de la belleza significa que la comunicación discurre aquí por el mismo canal de nuestro espíritu y nuestro corazón por el que nos entregamos a la oración muda y contemplativa. Se trata del canal del corazón, no de la inteligencia. Este es el canal por el que el hombre puede ponerse en contacto con lo divino. 

La tercera razón es que la belleza es el lenguaje del culto porque Dios mismo no es sólo bueno y verdadero sino, además, bello. El es, de hecho, la fuente y raíz de todo lo que es bello, bueno y verdadero. Además, cuando el corazón humano se conecta con lo que es bello y lo experimenta, se conecta también con lo que es verdadero y bueno y lo experimenta. Todo esto es posible porque lo bello, lo bueno y lo verdadero son una de las “pequeñas Trinidades” que integran la Santísima Trinidad.

Tal es la razón teológica por la que los católicos (y todos los cristianos, en la medida de lo posible) deben no sólo invertir en la construcción de iglesias hermosas, sino también dedicar tiempo, esfuerzo y medios económicos para hacer que el culto sea bello.

Alguien ha dicho, con razón, que “el Evangelio no es una buena noticia si no es subversivo”. En esta época utilitarista, bárbara, obsesionada por los costos, construir un bello templo para el Altísimo es contracultural, profético y subversivo. Cualquiera puede instalar unas cuantas sillas, una mesa de café y convertir en iglesia un supermercado. Cualquiera puede construir un teatro en semicírculo para que la gente escuche una conferencia religiosa un día a la semana.


Abadía de Glastonbury
(Foto: Archaeology)

Para decirlo simplemente, el anónimo arquitecto de la Abadía de Glastonbury en Inglaterra escribió hace más de mil años: “Quiero construir una iglesia tan bella que hasta el corazón más duro se sienta movido a orar”. 

Confío en que hayamos hecho lo mismo, a nuestra modesta escala, en el año 2016 en Greenville, Carolina del Sur.

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Actualización [24 de junio de 2019]: El periodista Agustín de Beitía publicó ayer un interesante artículo en el diario La Prensa de Buenos Aires intitulado "Un precioso tesoro a conservar", donde recuerda que la liturgia antigua nutrió espiritualmente a los católicos por más de un milenio, que el esplendor y belleza de su rito que alimentó a los santos, cautivó a escritores y artistas, e inspiró a compositores, y que ese valioso patrimonio de la Iglesia fue relegado por la reforma de Pablo VI, que está pronta a cumplir cincuenta años.

2 comentarios:

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